Todavía
conservo las aves colgando de las nubes
para no
interrumpir el vuelo,
al viento del
norte sosteniendo el sol aún en pijamas
en aquel
amanecer con agujeritos.
Y ahora me
quedan manteles sin usar
se quedan las
gotas espesas de ti en los muslos con cinturón de castidad,
las siestas
sin dormir galopando libre por tu cuerpo mío,
los cuadros y
a las lámparas que miraban nuestros celos.
Me quedan los
trinos dispersos en las hojas de algún otoño trashumante,
las flores de
plástico que compré para no verlas morir,
la colección
de gatos que nos miraban tratando de escapar de la porcelana.
los panes
caseros quemados por mi olvido sobre la mesa,
los fantasmas
absortos como maniquíes tristes,
las tazas sin
café con sueros sepias.
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