Quinquela Martín

viernes, 4 de septiembre de 2020

“Ecos” de Susana De Divitiis


Esta tarde el silencio se llena de ecos. Los ecos de aquellas, nuestras voces de niños.
−Traer agua del río le toca a Pablo −gritaba  Juan, y el eco repetía “Pablooo… Pablooo…”.
−Juntar ramas secas le toca a Juan −contestaba yo y el “Juaaan” se prolongaba en una cadencia extraña que el aire  hacía sonar en las rocas.  
Ese verano, en los descansos del campamento trepábamos sobre la curva del río, donde la quebrada se estrecha, y gritábamos  nuestros nombres para que quedaran suspendidos en el tiempo y cabalgaran felices en el eco invisible.
Hace tiempo ya que se apagaron los ecos y aquel experimentar confiado en inmortalidades efímeras.
Juan y yo vivimos  construyendo, persiguiendo y alcanzando cosas, como todos.  Alcanzándolas y sosteniéndolas sobre nuestras espaldas, como entonces sosteníamos la mochila cuando subíamos la cuesta.
Sosteniendo tantas, en este mundo de cosas, que no nos dimos cuenta del agobio.
En aquel entonces, cuando el peso nos doblaba y no podíamos ver el cielo ni las nubes, sólo las piedras que cubrían el camino, cuando sentíamos el cansancio, el hambre, la sed, las piedras duras, recordábamos. Recordábamos el fogón, las canciones, el agua fresca del río, el calor suave del duvé y el fuego.
Recordábamos que un poco más allá, sólo un poco, envuelto en la noche que se anunciaba nos aguardaba el cielo, un cielo nuevo, distinto, que volveríamos a mirar, sentados uno al lado del otro junto al fogón, cantando uno al lado del otro, para ahuyentar el miedo de tanta noche.
Pasaron muchos veranos y caminamos por otras cuestas tan llenas de piedras, que caminar se hizo tan sólo mirar y sortear piedras. Y olvidamos el fogón, las canciones, las estrellas y los sueños. Y olvidamos, o quisimos olvidar, la soledad, el miedo y el asombro.

En el silencio de esta tarde dejo caer un puñado de tierra que se desliza de mis manos como lágrimas secas y quemantes.
Cierro los ojos para ver otra vez la quebrada y el río, para sentir que juntos cabalgamos en los ecos invisibles.
Y digo muy quedo “Juan” para que tu nombre se sostenga en una añorada inmortalidad, robada al tiempo.




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