Tu voz, eso es lo que amo, más que tu corazón y casi más que a ti; esa
cosa invisible que sale de tus labios, y junto a mis oídos, triste, viene a
morir; esa cosa tan dulce con que tú me respondes y con que aquella tarde me
dijiste que sí.
Tu voz, eso es lo que amo. ¡qué bonita es tu voz! Más que tu cuerpo todo
y más que toda tu alma.
¡Qué manera que tienes de embellecer las sílabas, gotas del encantado
surtidor de tu charla! ¡como vibra en el aire la música pequeña de tu voz,
perfumada de evocaciones claras! ¡Con qué dulzura pende de tu boca graciosa en
invisible y diáfano rosario de palabras!
Tu voz, eso es lo que amo; el eco triste y trémulo de tu alma triste y
trémula; eso que cuando callas, se aleja hacia la sombra, y cuando vas a
hablarme, desde la sombra llega.
Amo tu voz, tan tenue como la brisa que pasa rozándole los pétalos al
clavel de tus labios, y otras veces tan ruda, que al escucharla ha sido como si
un viento ronco me desbaratara el alma.
cuando tu voz me canta, bella fuente escondida, se hace alegre la turbia
tristeza de mis tardes. Amada, no me pidas que te bese en la boca; tu boca es
para hablarme. No quieras que te colme de efusión amorosa; yo soy para
escucharte, solo para escucharte.
Háblame siempre. Siempre, menos en mi agonía, porque si en esa hora tu
voz me acariciase, ya la gloria de Dios no me sabría a gloria, y encontraría
débil el coro de los ángeles.
Romeo Murga (1904-1925),
poeta chileno.
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