En una luminosa noche de verano una gran
fiesta se celebraba y la música llenaba cada rincón del jardín. Laura, una
joven de veintidós años, llegó a la fiesta con cierta timidez, su mejor amiga la
había convencido de asistir prometiéndole una velada inolvidable. Con un elegante vestido azul se movía entre
los invitados con gracia, en medio de la multitud destacó un hombre alto y
apuesto, con una sonrisa que deslumbraba, era Daniel, un empresario de treinta
años, conocido por su encanto y elegancia. Él, que solía ser el centro de
atención en cualquier reunión, se sentía esta vez un poco aburrido hasta que
sus ojos se posaron en Laura.
Observándola
desde lejos quedó fascinado por su natural belleza y la forma en que sus ojos
brillaban, decidido a conocerla se acercó con una copa de vino en la mano. La
saludo con voz suave logrando captar su atención, ella, un poco sorprendida por
el gesto aceptó la copa con una sonrisa tímida. Ambos comenzaron a conversar, Daniel
le habló de sus viajes y sus pasiones, mientras que Laura le contó sobre sus
estudios y su amor por la literatura. A medida que avanzaba la noche la
conversación fluía con naturalidad y la risa compartida se convirtió en el
sonido predominante entre ellos. La música y el bullicio de la fiesta parecían
desvanecerse, dejándolos en su propio mundo. En un momento él le pidió que
bailaran y se los vio levemente abrazados moviéndose al compás de una melodía
suave, sintiendo cómo una chispa nacía entre ellos. Al final de la noche,
cuando los invitados comenzaban a despedirse ambos sabían que esa velada había
marcado el inicio de algo especial. Daniel, sosteniendo suavemente su mano le
pidió verse nuevamente. Ella respondió con una sonrisa que reflejaba la promesa
de nuevos encuentros.
Pasaron
un par de días desde aquella noche en la fiesta y Laura no podía evitar
recordar cada momento que había compartido con Daniel, se sorprendía a sí misma
sonriendo sin motivo aparente, rememorando la calidez de su conversación y la
ternura de su mirada. Una tarde, mientras leía un libro en su habitación, el
teléfono sonó sacándola de su ensueño. Con una mezcla de nervios y expectativa contestó,
era Daniel, su corazón dio un vuelco. Su voz tan segura y serena parecía traer
consigo la misma magia que habían compartido en la fiesta. Él le contó que
estuvo pensando en la conversación que tuvieron y en lo bien que la habían pasado.
Le preguntó si le gustaría verse ese fin de semana. Laura sintió una ola de
felicidad recorrer su cuerpo, la idea de volver a verlo la emocionaba
profundamente, respondió que sí inmediatamente, sin poder ocultar su alegría.
El
resto de la semana pasó volando para Laura, que no podía dejar de pensar en la cita, llegó el viernes, y con él, el
anticipo de una noche especial. Se preparó con cuidado eligiendo un vestido que
resaltaba su elegancia natural y dejando su cabello suelto, como a Daniel le
había gustado en la fiesta. A las siete en punto él llegó a su casa, cuando
ella salió, Daniel la recibió con una sonrisa, entregándole una flor en la mano
y le dijo lo hermosa que era, mientras Laura sentía cómo sus mejillas se
sonrojaban. La cena fue maravillosa, la conversación fluyó tan fácilmente como
aquella primera vez, y ambos se dieron cuenta que sus sentimientos habían
crecido en estos pocos días. Después de la cena caminaron por un parque cercano,
Daniel tomó suavemente la mano de Laura y ella sintió un calor reconfortante
que la hizo sonreír. Él le explicaba que desde la fiesta no había podido dejar
de pensar en ella, sentía que había algo especial entre ellos, algo que no quería
perder. Le contó deteniéndose para mirarla a los ojos.
Se
miraron en silencio por un momento, sintiendo la conexión profunda que los unía.
Daniel, con suavidad, acercó su rostro al de Laura y la besó tiernamente. La
noche continuó, pero para Laura ese beso marcó el inicio de una nueva etapa en
su historia.