La alarma del despertador irrumpía en mis oídos como una
ametralladora, con la ilusión de que fuese una simple pesadilla abrí un poco el
ojo derecho.
-¡Dios mío, las siete y media!- me decía mientras hundía la
cabeza en mi almohada.
Alargué la mano y la apagué. Me di la vuelta colocándome
boca arriba y empecé a mirar el techo perdiéndome en cada una de las gotas de
ese gotelé tan anticuado. No había solución, por más que quisiese encontrarla,
era lunes y tenía que levantarme para ir a la universidad. Al levantarme
suspiré de forma profunda y me dije:
-Tranquila Mariam, cuando vuelvas te echas una siesta- una
frase que me repito cada mañana, como la gran mayoría de la humanidad, para
consolarme y hacer que la separación de mi cama sea más amena. Después de hacer
ejercicio con el nórdico para arreglar la cama, me dirigí arrastrando los pies
de forma desanimada para afrontar el ritual matutino de todos los días: las
peleas por el baño, llegar a hacerme el café y vestirme para salir pitando a
coger el tren. Cuando llegué a la puerta del baño me encontré a mi madre en el
pasillo, que un día más, me hizo el mismo reproche:
– Mariam, por favor, todas las mañanas igual. Tienes que
levantarte más pronto ¡venga que vas a llegar tarde a clase!
-Sí mamá- respondía a regañadientes porque en el fondo sabía
que tenía razón.
Me duché y me lavé los dientes rápidamente. Al mirarme al
espejo descubrí que me había salido un grano justo en la parte inferior del
labio.
-¡Fenomenal, ahí en toda la cara! No me podía salir en la
frente para poder taparlo con el velo, ¡no!, tenía que salir allí para
fastidiarme el día- me dije a mi misma mirándome al espejo. Cerré la puerta del
baño enfadada y me fui a mi habitación. Una vez allí me vestí para realizar la
oración del alba. De entre todos los hábitos de la mañana supone el único
suspiro en el que puedo relajar mi cuerpo y mente. Unos minutos en los que
respiro profundamente y me dejo llevar por los sentimientos que recorren mi
cuerpo. Amor, misericordia, tristeza y esperanza para un futuro mejor. Al
acabar supliqué a Dios que me diese fuerzas y salud para mí y mi familia.
Inmediatamente doblé la alfombrilla y abrí el armario. Había llegado la hora.
Tenía que elegir qué ponerme.
-¡Vamos allá!- exclamé medio suspirando a la vez que palpaba
y veía las prendas-A ver, pues, eh, me pongo este vaquero, el jersey negro y
cojo el velo azul con fondo de flores que le queda tan bien…..espera,
pero…¿dónde está? ¡Ay míralo en la silla! ¡Puuff me lo puse ayer! No puedo
repetir van a pensar que soy una guarra., una mora guarra. Bueno, venga, voy
poniéndome los pantalones y ya se me ocurrirá que me pongo.
El procedimiento de ponerme los pantalones no iba como
esperaba. No conseguía subirlos. Metí tripa. Dejé de respirar. Después decidí
hacer las dos cosas a la vez tumbada en la cama intentando subirme la
cremallera. Nada, no había solución. Me lo quité y lo tiré al suelo. Tendré que
ponerme a dieta. Pensé inmediatamente.
-Esto de los pantalones pitillo es un invento para que
dejemos de pensar porque, ¡como cuesta tanto ponérselos y tienes que estar
pendiente de no engordar ni un kilo para que no te lleguen pequeños!….¡Dejas de
pensar en lo que realmente importa a tu alrededor y empiezas a consumir cremas
y dietas absurdas para poder ponerte este tipo de ropa!….¡Y así te conviertes
en una valioso objeto consumista para las grandes multinacionales!- me
explicaba a mi misma para entender la ridícula situación en la que estaba.
-El cuerpo, el cuerpo y el cuerpo- decía en bajito a la par
que volvía al armario a buscar ropa para ponerme. La elección de la ropa como
mujer musulmana española suponía una batalla todas las mañanas y mi cuerpo era
el terreno de combate. Mi obsesión era buscar algo que me hiciese parecer una
chica española más sin dejar de parecer musulmana . Ya tenía bastante con
aguantar las miradas por llevar un velo en la cabeza. Así que, por lo menos que, cuando la gente me vea el resto del cuerpo no se extrañe tanto o moleste.
-¿Molestar, pero cómo qué molestar? ¿Por qué mi cuerpo y mi
forma de gestionarlo tiene que molestar? ¿Por qué tengo que explicarme? ¿Por
qué todos los días tengo que mostrar que soy una chica más? ¡Eh, gente mirad,
soy normal, me pongo ropa como vosotros! ¡No me llegan los pitillos porque soy
una zampa bollos! Pero no es preocupéis que como el resto de mortales mañana me
pongo a dieta ¡joder, qué mierda!….. Venga Mariam, ¡concéntrate! Y no digas
palabrotas. Es una mañana más. Tú puedes.
Saqué un pantalón negro, una blusa estampada de nueva
temporada y un velo de color beis. Ahora la cuestión era colocarme el velo y
maquillarme, que no era tarea fácil. A veces la tela del velo es rígida y no
hay manera de doblarla bien, se te quedan unos pliegues que parece que lleves
montañas en la cabeza; a veces es al contrario, la tela no para de resbalarse y
te salen los pelos por todos los lados, y claro, en ese momento siempre está el
típico gracioso o graciosa que dice:
-¡Anda, se te sale el pelo y eres morena!-y con una sonrisa
estúpida mientras me lo coloco bien digo:
-Sí-pensado en mis adentros con ironía que si no hubiese
sido por él o ella a día de hoy no sabría cuál es el color de mi pelo.
Me maquillé lo mejor que pude para disimular las ojeras y el
grano inoportuno y empecé a colocarme el velo. Cada pliegue que realizaba me
recordaba que aunque yo hubiese elegido ponérmelo como una chica decide llevar
minifalda o dejar de llevar tacones por convicción, estaba condenada el resto
de mi vida a quedar como un trozo de tela que simbolizaba algo que yo no había
elegido. Poco importaba quién era y qué pensaba. Esa tela representaba una
religión de millones de personas, las enemistades y contradicciones entre Islam
y Occidente, el peligro del terrorismo, la opresión a la mujer y mi condición de
mora ignorante que no sabe español aunque no lo fuera. Mi cuerpo y mi elección
pasaban a formar parte de una debate de lucha de civilizaciones. ¿Algún día
dejaré de ser vista como un velo andante, como una amenaza, como una chica a la
que hay que salvar? ¿Alguna vez podré hablar y ser escuchada como la Mariam,
mujer , española y estudiante de economía sin representar a los millones de
musulmanes del mundo? ¿Qué es lo que tengo que hacer?….
-¡Mariam!-el gritó de mi madre cuando abrió de repente la
puerta de mi habitación me asustó¡Sigues aquí!¡Pero se puede saber qué
tonterías sigues haciendo que ni has desayunado y vas a perder el tren!
-Ya, mamá pero…..-balbuceaba sin saber qué decir.
-Venga, hija, toma tu taza de café para llevar y sal
corriendo para llegar a clase. No pierdas más el tiempo.
Me puse el abrigo, cogí la mochila y pegué un sorbo al café
mientras mi madre me abría la puerta.
Al bajar las escaleras me encontré a nuestro portero, José,
que entre risas me dijo:
-Qué Mariam, hija, ¿una mañana más?
Y con una sonrisa de resentimiento respondí:
-Sí. Una mañana más.
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