I
Aprisionada en cárceles de espuma, en la medida de tu cuerpo, no veo
pasar la noche, sólo veo el día que entra por tus axilas transparentes y te
desnuda.
Veo, amor mío, el lecho donde estamos y compartimos las dádivas, los
cielos… Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos: mil años de alegría
corporal y materia sin sombra y palabras que se dicen diurnamente porque vienen
del aire y hay que oírlas y decirlas a través de los árboles y en lo que no se
escribe porque aún no se inventa su nombre; porque su júbilo todavía no ha sido
descubierto y las flores de su alrededor aún no son cosas del viento (aún no
han ido a un invierno ni regresado a la primavera).
II
Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos, igual que van los ríos a los
pájaros y ellos al espacio desatado y florido.
Vengo de ti a la era donde todo es de todos: los que llegan, los que se
han ido, los que aún no han venido, los que no volverán…
Porque eso es tu cuerpo: un adentro, un afuera compartido por mí y por
el viento, por el mar y los seres que lo guardan; por el color y las embestidas
del otoño, y las andanzas del verano ¡que viste cosas silvestres y es custodio
de las abejas y funde las hierbas en un crisol matutino, en una prolongación de
azucenas.
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