III
El primero en tener enamorada fue Lalo, cuando andábamos en
Tercero
de Media. Entró una noche al Cream Rica, muy risueño, ellos
qué te pasa y él, radiante, sobrado como un pavo real: le
caí a Chabuca
Molina, me dijo que sí. Fuimos a festejarlo al Chasqui y, al
segundo
vaso de cerveza, Lalo, qué le dijiste en tu declaración,
Cuéllar
comenzó a ponerse nerviosito, ¿le había agarrado la mano?,
pesadito,
qué había hecho Chabuca, Lalo, y preguntón ¿la besaste, di?
El nos contaba, contento, y ahora les tocaba a ellos, salud,
hecho un
caramelo de felicidad, a ver si nos apurábamos a tener
enamorada y
Cuéllar, golpeando la mesa con su vaso, cómo fue, qué dijo,
qué le
dijiste, qué hiciste. Pareces un cura, Pichulita, decía Lalo,
me estás
confesando y Cuéllar cuenta, cuenta, qué más. Se tomaron
tres Cristales
y, a medianoche, Pichulita se zampó. Recostado contra un
poste,
en plena Avenida Larco, frente a la Asistencia Pública,
vomitó: cabeza
de pollo, le decíamos, y también qué desperdicio, botar así
la
cerveza con lo que costó, qué derroche. Pero él, nos
traicionaste, no
estaba con ganas de bromear, Lalo traidor, echando espuma,
te adelantaste,
buitreándose la camisa, caerle a una chica, el pantalón, y
ni
siquiera contarnos que la siriaba, Pichulita, agáchate un
poco, te
estás manchando hasta el alma, pero él nada, eso no se
hacía, qué te
importa que me manche, mal amigo, traidor. Después, mientras
lo
limpiábamos, se le fue la furia y se puso sentimental: ya
nunca más
te veríamos, Lalo. Se pasaría los domingos con Chabuca y
nunca más
nos buscarás, maricón. Y Lalo qué ocurrencia, hermano, la
hembrita
y los amigos eran dos cosas distintas pero no se oponen, no
había
que ser celoso, Pichulita, tranquilízate, y ellos dense la
mano pero
Cuéllar no quería, que Chabuca le diera la mano, yo no se la
doy. Lo
acompañamos hasta su casa y todo el camino estuvo murmurando
cállate viejo y requintando, ya llegamos, entra despacito,
despacito,
pasito a paso como un ladrón, cuidadito, si haces bulla tus
papis se
despertarán y te pescarán. Pero él comenzó a gritar, a ver,
a patear
la puerta de su casa, que se despertaran y lo pescaran y qué
iba a
pasar, cobardes, que no nos fuéramos, él no les tenía miedo
a sus
viejos, que nos quedáramos y viéramos. Se ha picado, decía
Mañuco,
mientras corríamos hacia la Diagonal, dijiste le caí a
Chabuca y mi
cumpa cambió de cara y de humor, y Choto era envidia, por
eso se
emborrachó y Chingolo sus viejos lo iban a matar. Pero no le
hicieron
nada. ¿Quién te abrió la puerta?, mi mamá y ¿qué pasó?, le
decíamos,
¿te pegó? No, se echó a llorar, corazón, cómo era posible,
cómo iba a tomar licor a su edad, y también vino mi viejo y
lo riñó,
nomás, ¿no se repetiría nunca?, no papá, ¿le daba vergüenza
lo que
había hecho?, sí. Lo bañaron, lo acostaron y a la mañana
siguiente
les pidió perdón. También a Lalo, hermano, lo siento, ¿la
cerveza se
me subió, no?, ¿te insulté, te estuve fundiendo, no? No, qué
adefesio,
cosa de tragos, choca esos cinco y amigos. Pichulita, como
antes,
no pasó nada.
Pero pasó algo: Cuéllar comenzó a hacer locuras para llamar
la atención.
Lo festejaban y le seguíamos la cuerda, ¿a que me robo el
carro
del viejo y nos íbamos a dar curvas a la Costanera,
muchachos?, a
que no hermano, y él se sacaba el Chevrolet de su papá y se
iban a
la Costanera; ¿a que bato el récord de Boby Lozano?, a que
no hermano,
y él vsssst por el Malecón vsssst desde Benavides hasta la
Quebrada vsssst en dos minutos cincuenta, ¿lo batí?, si y
Mañuco se
persignó, lo batiste, y tú qué miedo tuviste, rosquetón; ¿a
que nos
invitaba al Oh, qué bueno y hacíamos perro muerto?, a que no
hermano,
y ellos iban al Oh, qué bueno, nos atragantábamos de
hamburguers
y de milkshakes, partían uno por uno y desde la Iglesia del
Santa María veíamos a Cuéllar hacerle un quite al mozo y
escapar
¿qué les dije? ; ¿a que me vuelo todos los vidrios de esa
casa con la
escopeta de perdigones de mi viejo?, a que no, Pichulita, y
él se los
volaba. Se hacía el loco para impresionar, pero también para
viste,
viste? sacarle cachita a Lalo, tú no te atreviste y yo sí me
atreví. No
le perdona lo de Chabuca, decíamos, qué odio le tiene. En
Cuarto de
Media, Choto le cayó a Fina Salas y le dijo que sí, y Mañuco
a Pusy
Lañas y también que sí. Cuéllar se encerró en su casa un mes
y en el
Colegio apenas si los saludaba, oye, qué te pasa, nada, ¿por
qué no
nos buscaba, por qué no salía con ellos?, no le provocaba
salir. Se
hace el misterioso, decían, el interesante, el torcido, el
resentido. Pero
poco a poco se conformó y volvió al grupo. Los domingos,
Chingolo
y él se iban solos a la matiné (solteritos, les decíamos,
viuditos), y
después mataban el tiempo de cualquier manera, aplanando
calles,
sin hablar o apenas vamos por aquí, por allá, las manos en
los bolsillos,
oyendo discos en casa de Cuéllar, leyendo chistes o jugando
naipes, y a las nueve se caían por el Parque Salazar a
buscar a los
otros, que a esa hora ya estábamos despidiendo a las
enamoradas.
¿Tiraron buen plan?, decía Cuéllar, mientras nos quitábamos
los sacos,
se aflojaban las corbatas y nos remangábamos los puños en el
Billar de la Alameda Ricardo Palma, ¿un plancito firme,
muchachos?,
la voz enferma de pica, envidia y malhumor, y ellos cállate,
juguemos,
¿mano, lengua?, pestañeando como si el humo y la luz de los
focos le hincaran los ojos, y nosotros ¿le daba cólera,
Pichulita?,
¿por qué en vez de picarse no se conseguía una hembrita y
paraba
de fregar?, y él ¿se chupetearon?, tosiendo y escupiendo
como un
borracho, ¿hasta atorarse?, taconeando, ¿les levantaron la
falda, les
metimos el dedito?, y ellos la envidia lo corroía,
Pichulita, ¿bien riquito,
bien bonito?, lo enloquecía, mejor se callaba y empezaba.
Pero él
seguía, incansable, ya, ahora en serio, ¿qué les habíamos
hecho?,
¿las muchachas se dejaban besar cuánto tiempo?, ¿otra vez,
hermano?,
cállate, ya se ponía pesado, y una vez Lalo se enojó:
mierda, iba
a partirle la jeta, hablaba como si las enamoradas fueran
cholitas de
plan. Los separamos y los hicieron amistar, pero Cuéllar no
podía,
era más fuerte que él, cada domingo con la misma vaina: a
ver
¿cómo les fue?, que contáramos, ¿rico el plan?
En Quinto de Media, Chingolo le cayó a la Bebe Romero y le
dijo que
no, a la Tula Ramírez y que no, a la China Saldivar y que
sí: a la tercera
va la vencida, decía, el que la sigue la consigue, feliz. Lo
festejamos
en el barcito de los cachascanistas de la calle San Martín.
Mudo, encogido, triste en su silla del rincón, Cuéllar se aventaba capitán
tras capitán: no pongas esa cara, hermano, ahora le tocaba a
él. Que
se escogiera una hembrita y le cayera, le decíamos, te
haremos el
bajo, lo ayudaríamos y nuestras enamoradas también. Si., sí,
ya escogería,
capitán tras capitán, y de repente, chau, se paró: estaba
cansado, me voy a dormir. Si se quedaba iba a llorar, decía
Mañuco;
y Choto estaba que se aguantaba las ganas, y Chingolo si no
lloraba
le daba una pataleta como la otra vez. Y Lalo: había que
ayudarlo, lo
decía en serio, le conseguiríamos una hembrita aunque fuera
feíta, y
se le quitaría el complejo. Sí, sí, lo ayudaríamos, era
buena gente, un
poco fregado a veces pero en su caso cualquiera, se le
comprendía,
se le perdonaba, se le extrañaba, se le quería, tomemos a su
salud,
Pichulita, choquen los vasos, por ti.
Desde entonces, Cuéllar se iba solo a la matiné los domingos
y días
feriados lo veíamos en la oscuridad de la platea, sentadito
en las filas
de atrás, encendiendo pucho tras pucho, espiando a la
disimulada a
las parejas que tiraban plan, y se reunía con ellos nada más
que en
las noches, en el Billar, en el Bransa, en el Cream Rica, la
cara amarga,
¿qué tal domingo?, y la voz ácida, él muy bien y ustedes me
imagino
que requetebién ¿no? Pero en el verano ya se le había pasado
el
colerón; íbamos juntos a la playa -a La Herradura, ya no a
Miraflores-
, en el auto que sus viejos le habían regalado por Navidad,
un Ford
convertible que tenía el escape abierto, no respetaba los
semáforos y
ensordecía, asustaba a los transeúntes. Mal que mal, se
había hecho
amigo de las chicas y se llevaba bien con ellas, a pesar de
que siempre,
Cuéllar, lo andaban fundiendo con la misma cosa: ¿por qué no
le
caes a alguna muchacha de una vez? Así serían cinco parejas
y
saldríamos en patota todo el tiempo y estarían para arriba y
para
abajo juntos ¿por qué no lo haces? Cuéllar se defendía
bromeando,
no porque entonces ya no cabrían todos en el poderoso Ford y
una de
ustedes sería la sacrificada, despistando, ¿acaso nueve no
íbamos
apachurrados? En serio, decía Pusy, todos tenían enamorada y
él no,
¿no te cansas de tocar violín? Que le cayera a la flaca
Gamio, se
muere por ti, se los había confesado el otro día, donde la
China, jugando
a la berlina, ¿no te gusta? Cáele, le haríamos corralito, lo
aceptaría, decídete. Pero él no quería tener enamorada y
ponía cara
de forajido, prefiero mi libertad, y de conquistador,
solterito se estaba
mejor. Tu libertad, para qué, decía la China, ¿para hacer
barbaridades?,
y Chabuca ¿para irse de plancito y Pusy ¿con huachafitas?, y
él cara de misterioso, a lo mejor, de cafiche, a lo mejor y
de vicioso:
podía ser, ¿Por qué ya nunca vienes a nuestras fiestas?,
decía Fina,
antes venías a todas y eras tan alegre y bailabas tan bien,
¿qué te
pasó, Cuéllar? y Chabuca que no fuera aguado, ven y así un
día encontrarás
una chica que te guste y le caerás.
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