Quinquela Martín

domingo, 8 de agosto de 2021

“Los cachorros” de Mario Vargas Llosa

 III

El primero en tener enamorada fue Lalo, cuando andábamos en Tercero

de Media. Entró una noche al Cream Rica, muy risueño, ellos

qué te pasa y él, radiante, sobrado como un pavo real: le caí a Chabuca

Molina, me dijo que sí. Fuimos a festejarlo al Chasqui y, al segundo

vaso de cerveza, Lalo, qué le dijiste en tu declaración, Cuéllar

comenzó a ponerse nerviosito, ¿le había agarrado la mano?, pesadito,

qué había hecho Chabuca, Lalo, y preguntón ¿la besaste, di?

El nos contaba, contento, y ahora les tocaba a ellos, salud, hecho un

caramelo de felicidad, a ver si nos apurábamos a tener enamorada y

Cuéllar, golpeando la mesa con su vaso, cómo fue, qué dijo, qué le

dijiste, qué hiciste. Pareces un cura, Pichulita, decía Lalo, me estás

confesando y Cuéllar cuenta, cuenta, qué más. Se tomaron tres Cristales

y, a medianoche, Pichulita se zampó. Recostado contra un poste,

en plena Avenida Larco, frente a la Asistencia Pública, vomitó: cabeza

de pollo, le decíamos, y también qué desperdicio, botar así la

cerveza con lo que costó, qué derroche. Pero él, nos traicionaste, no

estaba con ganas de bromear, Lalo traidor, echando espuma, te adelantaste,

buitreándose la camisa, caerle a una chica, el pantalón, y ni

siquiera contarnos que la siriaba, Pichulita, agáchate un poco, te

estás manchando hasta el alma, pero él nada, eso no se hacía, qué te

importa que me manche, mal amigo, traidor. Después, mientras lo

limpiábamos, se le fue la furia y se puso sentimental: ya nunca más

te veríamos, Lalo. Se pasaría los domingos con Chabuca y nunca más

nos buscarás, maricón. Y Lalo qué ocurrencia, hermano, la hembrita

y los amigos eran dos cosas distintas pero no se oponen, no había

que ser celoso, Pichulita, tranquilízate, y ellos dense la mano pero

Cuéllar no quería, que Chabuca le diera la mano, yo no se la doy. Lo

acompañamos hasta su casa y todo el camino estuvo murmurando

cállate viejo y requintando, ya llegamos, entra despacito, despacito,

pasito a paso como un ladrón, cuidadito, si haces bulla tus papis se

despertarán y te pescarán. Pero él comenzó a gritar, a ver, a patear

la puerta de su casa, que se despertaran y lo pescaran y qué iba a

pasar, cobardes, que no nos fuéramos, él no les tenía miedo a sus

viejos, que nos quedáramos y viéramos. Se ha picado, decía Mañuco,

mientras corríamos hacia la Diagonal, dijiste le caí a Chabuca y mi

cumpa cambió de cara y de humor, y Choto era envidia, por eso se

emborrachó y Chingolo sus viejos lo iban a matar. Pero no le hicieron

nada. ¿Quién te abrió la puerta?, mi mamá y ¿qué pasó?, le decíamos,

¿te pegó? No, se echó a llorar, corazón, cómo era posible,

cómo iba a tomar licor a su edad, y también vino mi viejo y lo riñó,

nomás, ¿no se repetiría nunca?, no papá, ¿le daba vergüenza lo que

había hecho?, sí. Lo bañaron, lo acostaron y a la mañana siguiente

les pidió perdón. También a Lalo, hermano, lo siento, ¿la cerveza se

me subió, no?, ¿te insulté, te estuve fundiendo, no? No, qué adefesio,

cosa de tragos, choca esos cinco y amigos. Pichulita, como antes,

no pasó nada.

Pero pasó algo: Cuéllar comenzó a hacer locuras para llamar la atención.

Lo festejaban y le seguíamos la cuerda, ¿a que me robo el carro

del viejo y nos íbamos a dar curvas a la Costanera, muchachos?, a

que no hermano, y él se sacaba el Chevrolet de su papá y se iban a

la Costanera; ¿a que bato el récord de Boby Lozano?, a que no hermano,

y él vsssst por el Malecón vsssst desde Benavides hasta la

Quebrada vsssst en dos minutos cincuenta, ¿lo batí?, si y Mañuco se

persignó, lo batiste, y tú qué miedo tuviste, rosquetón; ¿a que nos

invitaba al Oh, qué bueno y hacíamos perro muerto?, a que no hermano,

y ellos iban al Oh, qué bueno, nos atragantábamos de hamburguers

y de milkshakes, partían uno por uno y desde la Iglesia del

Santa María veíamos a Cuéllar hacerle un quite al mozo y escapar

¿qué les dije? ; ¿a que me vuelo todos los vidrios de esa casa con la

escopeta de perdigones de mi viejo?, a que no, Pichulita, y él se los

volaba. Se hacía el loco para impresionar, pero también para viste,

viste? sacarle cachita a Lalo, tú no te atreviste y yo sí me atreví. No

le perdona lo de Chabuca, decíamos, qué odio le tiene. En Cuarto de

Media, Choto le cayó a Fina Salas y le dijo que sí, y Mañuco a Pusy

Lañas y también que sí. Cuéllar se encerró en su casa un mes y en el

Colegio apenas si los saludaba, oye, qué te pasa, nada, ¿por qué no

nos buscaba, por qué no salía con ellos?, no le provocaba salir. Se

hace el misterioso, decían, el interesante, el torcido, el resentido. Pero

poco a poco se conformó y volvió al grupo. Los domingos, Chingolo

y él se iban solos a la matiné (solteritos, les decíamos, viuditos), y

después mataban el tiempo de cualquier manera, aplanando calles,

sin hablar o apenas vamos por aquí, por allá, las manos en los bolsillos,

oyendo discos en casa de Cuéllar, leyendo chistes o jugando

naipes, y a las nueve se caían por el Parque Salazar a buscar a los

otros, que a esa hora ya estábamos despidiendo a las enamoradas.

¿Tiraron buen plan?, decía Cuéllar, mientras nos quitábamos los sacos,

se aflojaban las corbatas y nos remangábamos los puños en el

Billar de la Alameda Ricardo Palma, ¿un plancito firme, muchachos?,

la voz enferma de pica, envidia y malhumor, y ellos cállate, juguemos,

¿mano, lengua?, pestañeando como si el humo y la luz de los

focos le hincaran los ojos, y nosotros ¿le daba cólera, Pichulita?,

¿por qué en vez de picarse no se conseguía una hembrita y paraba

de fregar?, y él ¿se chupetearon?, tosiendo y escupiendo como un

borracho, ¿hasta atorarse?, taconeando, ¿les levantaron la falda, les

metimos el dedito?, y ellos la envidia lo corroía, Pichulita, ¿bien riquito,

bien bonito?, lo enloquecía, mejor se callaba y empezaba. Pero él

seguía, incansable, ya, ahora en serio, ¿qué les habíamos hecho?,

¿las muchachas se dejaban besar cuánto tiempo?, ¿otra vez, hermano?,

cállate, ya se ponía pesado, y una vez Lalo se enojó: mierda, iba

a partirle la jeta, hablaba como si las enamoradas fueran cholitas de

plan. Los separamos y los hicieron amistar, pero Cuéllar no podía,

era más fuerte que él, cada domingo con la misma vaina: a ver

¿cómo les fue?, que contáramos, ¿rico el plan?

En Quinto de Media, Chingolo le cayó a la Bebe Romero y le dijo que

no, a la Tula Ramírez y que no, a la China Saldivar y que sí: a la tercera

va la vencida, decía, el que la sigue la consigue, feliz. Lo festejamos

en el barcito de los cachascanistas de la calle San Martín. Mudo, encogido, triste en su silla del rincón, Cuéllar se aventaba capitán

tras capitán: no pongas esa cara, hermano, ahora le tocaba a él. Que

se escogiera una hembrita y le cayera, le decíamos, te haremos el

bajo, lo ayudaríamos y nuestras enamoradas también. Si., sí, ya escogería,

capitán tras capitán, y de repente, chau, se paró: estaba

cansado, me voy a dormir. Si se quedaba iba a llorar, decía Mañuco;

y Choto estaba que se aguantaba las ganas, y Chingolo si no lloraba

le daba una pataleta como la otra vez. Y Lalo: había que ayudarlo, lo

decía en serio, le conseguiríamos una hembrita aunque fuera feíta, y

se le quitaría el complejo. Sí, sí, lo ayudaríamos, era buena gente, un

poco fregado a veces pero en su caso cualquiera, se le comprendía,

se le perdonaba, se le extrañaba, se le quería, tomemos a su salud,

Pichulita, choquen los vasos, por ti.

Desde entonces, Cuéllar se iba solo a la matiné los domingos y días

feriados lo veíamos en la oscuridad de la platea, sentadito en las filas

de atrás, encendiendo pucho tras pucho, espiando a la disimulada a

las parejas que tiraban plan, y se reunía con ellos nada más que en

las noches, en el Billar, en el Bransa, en el Cream Rica, la cara amarga,

¿qué tal domingo?, y la voz ácida, él muy bien y ustedes me imagino

que requetebién ¿no? Pero en el verano ya se le había pasado el

colerón; íbamos juntos a la playa -a La Herradura, ya no a Miraflores-

, en el auto que sus viejos le habían regalado por Navidad, un Ford

convertible que tenía el escape abierto, no respetaba los semáforos y

ensordecía, asustaba a los transeúntes. Mal que mal, se había hecho

amigo de las chicas y se llevaba bien con ellas, a pesar de que siempre,

Cuéllar, lo andaban fundiendo con la misma cosa: ¿por qué no le

caes a alguna muchacha de una vez? Así serían cinco parejas y

saldríamos en patota todo el tiempo y estarían para arriba y para

abajo juntos ¿por qué no lo haces? Cuéllar se defendía bromeando,

no porque entonces ya no cabrían todos en el poderoso Ford y una de

ustedes sería la sacrificada, despistando, ¿acaso nueve no íbamos

apachurrados? En serio, decía Pusy, todos tenían enamorada y él no,

¿no te cansas de tocar violín? Que le cayera a la flaca Gamio, se

muere por ti, se los había confesado el otro día, donde la China, jugando

a la berlina, ¿no te gusta? Cáele, le haríamos corralito, lo

aceptaría, decídete. Pero él no quería tener enamorada y ponía cara

de forajido, prefiero mi libertad, y de conquistador, solterito se estaba

mejor. Tu libertad, para qué, decía la China, ¿para hacer barbaridades?,

y Chabuca ¿para irse de plancito y Pusy ¿con huachafitas?, y

él cara de misterioso, a lo mejor, de cafiche, a lo mejor y de vicioso:

podía ser, ¿Por qué ya nunca vienes a nuestras fiestas?, decía Fina,

antes venías a todas y eras tan alegre y bailabas tan bien, ¿qué te

pasó, Cuéllar? y Chabuca que no fuera aguado, ven y así un día encontrarás

una chica que te guste y le caerás.

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