Sal tú, bebiendo campos y
ciudades,
en largo ciervo de agua
convertido,
hacia el mar de las albas
claridades,
del martín-pescador mecido nido;
que yo saldré a esperarte,
amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las
tempestades.
Deja que escriba, débil junco
frío,
mi nombre en esas aguas
corredoras,
que el viento llama, solitario,
río.
Disuelto ya en tu nieve el nombre
mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del
monterío.
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