Que vuelvas a ver la enorme catedral y la erizada Capilla y sientas el paso distante, los rumores de los Cruzados y de San Luis.
Que vuelvas a la calle Monsieru le Prince para asomarte a los escaparates y, luego, en la calle Vavin, a los inventos de los herboristas y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores-.
Que vuelvas a reconocer el brillo de una escritura anhelada en las tardes coyoacanenses.
Que abraces los árboles y bebas el agua dulce junto al amargo mar resplandeciente.
Que te inclines una vez más y siempre sobre mi rostro y que yo abra los ojos para verte.
David Huerta, poeta mexicano.
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