Quinquela Martín

sábado, 24 de julio de 2021

“La tregua” de Mario Benedetti

  

Lunes 11 de febrero

Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de

jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo este cómputo diario de

mi saldo de trabajo. Verdaderamente, ¿preciso tanto el ocio? Yo me digo que no,

que no es el ocio lo que preciso sino el derecho a trabajar en aquello que quiero.

¿Por ejemplo? El jardín, quizá. Es bueno como descanso activo para los

domingos, para contrarrestar la vida sedentaria y también como secreta defensa

contra mi futura y garantizada artritis. Pero me temo que no podría aguantarlo

diariamente. La guitarra, tal vez. Creo que me gustaría. Pero debe ser algo

desolador empezar a estudiar solfeo a los cuarenta y nueve años. ¿Escribir? Quizá

no lo hiciera mal, por lo menos la gente suele disfrutar con mis cartas. ¿Y eso

qué? Imagino una notita bibliográfica sobre « los atendibles valores de ese novel

autor que roza la cincuentena» y la mera posibilidad me causa repugnancia. Que

y o me sienta, todavía hoy, ingenuo e inmaduro (es decir, con sólo los defectos de

la juventud y casi ninguna de sus virtudes) no significa que tenga el derecho de

exhibir esa ingenuidad y esa inmadurez. Tuve una prima solterona que cuando

hacía un postre lo mostraba a todos, con una sonrisa melancólica y pueril que le

había quedado prendida en los labios desde la época en que hacía méritos frente

al novio motociclista que después se mató en una de nuestras tantas Curvas de la

Muerte. Ella vestía correctamente, en un todo de acuerdo con sus cincuenta y

tres; en eso y lo demás era discreta, equilibrada, pero aquella sonrisa reclamaba,

en cambio, un acompañamiento de labios frescos, de piel rozagante, de piernas

torneadas, de veinte años. Era un gesto patético, sólo eso, un gesto que no llegaba

nunca a parecer ridículo, porque en aquel rostro había, además, bondad. Cuántas

palabras, sólo para decir que no quiero parecer patético.

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