La luna se moría de ganas de pisar la tierra.
Quería probar las frutas y bañarse en algún río.
Gracias a las nubes, pudo bajar.
Desde la puesta del sol hasta el alba,
las nubes cubrieron el cielo para que nadie
advirtiera que la luna faltaba.
Fue una maravilla la noche en la tierra.
La luna paseó por la
selva del alto Paraná,
conoció misteriosos
aromas y sabores y nadó
largamente en el río.
Un viejo labrador la salvo dos veces.
Cuando el jaguar iba a clavar sus dientes en el cuello de
la luna,
el viejo degolló a la
fiera con su cuchillo;
y cuando la luna tuvo
hambre la llevo a su casa.
"Te ofrecemos nuestra pobreza", dijo la mujer del labrador,
y le dio unas tortillas de maíz.
A la noche siguiente, desde el cielo,
la luna se asomó a la casa de sus amigos.
El viejo labrador había construido su choza en un claro de la selva,
muy lejos de las aldeas.
Allí vivía, como en
un exilio,
con su mujer y su hija.
La luna descubrió que en aquella casa no quedaba nada que
comer.
Para ella habían sido las últimas tortillas de maíz.
Entonces iluminó el lugar con la mejor de sus luces y pidió
a las nubes que dejasen caer,
alrededor de la choza, una llovizna muy especial.
Al amanecer en esa tierra habían brotado unos árboles
desconocidos.
Entre el verde oscuro de las hojas, asomaban las flores
blancas.
Jamás murió la hija del viejo labrador.
Ella es la dueña de la yerba mate
y anda por el mundo ofreciéndola a los demás.
La yerba mate despierta a los dormidos,
corrige a los
haraganes y
hace hermanas a las
gentes que no se conocen.
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