En nuestra casa
el frescor silencioso
del otoño es bienvenido.
Ha regresado, Amor, a desnudarnos
desde las tierras perdidas de la última vendimia
para que abandonemos las bicicletas bajo la sombra
de los puentes,
la pajarería de luces sobre los trigales de agosto,
el traje y el sombrero con que paseamos
por las calles amarillas del verano,
porque ahora hay que corretear desnudos
como forasteros en una ciudad deshojada.
Mira cómo las hojas entran sigilosas por la ventana
y cómo arden al tocar nuestros cuerpos,
llamaradas de tardes con castaños llenos de golondrinas;
mirémonos en el agua de esta estación transparente,
leamos a Vallejo sin pan ni camisa para abofetear lo triste,
saltemos las butacas y la escala donde crece la hiedra
porque los pasos del tiempo, su silencio,
están en el remanso de los rincones del aire.
Por eso, Amor, nuestro trabajo de hoy es el del viento
o el de un barrendero de Kansas o Varsovia:
limpiar de hojas la casa en este otoño de techos rojos.
Santiago Molina, poeta nicaragüense.
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